Waldemar Sjölander fue uno de los artistas extranjeros a los que México causó un impacto profundo; coincide en esta circunstancia con Paul Gauguin, quien en Tahití, al igual que él en el suroeste mexicano, buscaban en las tierras nuevas una especie de “paraíso tropical” (o “paraíso perdido”). Sjölander sostenía en relación al arte que “no hay que razonarlo tanto, hay que guiarnos en gran parte por la espontaneidad, basada en una sólida formación por medio del estudio, y así, se ampliará nuestro horizonte hacia esta manifestación”. Resultado de esa actitud, alcanzó una auténtica expresión artística surgida del espíritu y lo que le permitió no sólo conquistar el reconocimiento del medio artístico sueco, sino también del mexicano.